Cogimos mochila, comida y poco más (que luego resultó ser demasiado poco) y nos fuimos a cumplir el reto. La jornada fue más que gratificante. Y un poco dura. El camino hasta las Chorreras fue tranquilo, aunque tuvimos que superar el primer obstáculo, en forma de torrentera que, literalmente, cruzaba nuestro camino. La primera recompensaba, inmejorable. Yo ya había estado tres o cuatro veces en Las Chorreras, pero todas en verano, cuando el calor y las pocas lluvias merman el caudal de agua que, ahora en Noviembre, era espectacular, dibujando cascadas y ríos de agua que hacían del lugar el mejor sitio para perderse.
Desde allí empezamos la ascensión (no sin antes equivocarnos de camino, como era de esperar... ¡si es que somos unos sherpas!). La subida fue dura. Al principio el desnivel era moderado, pero tuvimos que superar otras tres torrenteras, de las cuales dos superamos con más bien poco éxito... y tuvimos que sacrificar nuestros calcetines. Luego empezó la fuerte subida, dura, interminable por momentos, pero que terminó con la recompensa esperada: la cima. Habían sido más de dos horas y media de subida, y había merecido la pena. La vista desde arriba: perfecta. Y la naturaleza estuvo de nuestro lado mostrándonos todo el esplendor de una rapaz, que no supimos indentificar del todo, que volaba muy cerca de nosotros.
Después de una fugaz comida en la cima descendimos durante otras dos horitas y pico, esta vez sin tener miedo ninguno de los arroyos. Total, ya íbamos mojados... Al final, un café en Valverde (un pueblo precioso, para el que tenga la ocasión de visitarlo) y vuelta a casa, que el viernes nos esperaba el trabajo.
Pronto habrá otra salida, estamos barajando destinos. Disfrutad de la naturaleza, y cuidadla.
Fotografía: Cima del pico Ocejón (2048 m), 2006